¡Hola, gente linda! espero estén muy bien. Sí, ya sé, sé muy bien que estoy llegando a mis últimas acciones fan de LJDH, pero es que me divertí tanto leyendo esto - es decir, me reí un buen rato -, que no pude resistirme, además, siendo este es un blog personal, gracias a Dios, puedo escribir cualquier locura que se me antoje, ^_^, ¿me acompañan?
Comenzamos...
Buscando en Internet, encontré un artículo, sobre lo que los actores decían cuando les preguntaban como había sido besar a X o Y en X o Y película y, sí, ¡adivinan...! Los juegos del hambre también entró, este es el coment:
Josh Hutcherson fue muy caballero al describir sus besos con Jennifer Lawrence en 'Los Juegos del Hambre'. Según confesó: 'estuvo muy bien. Jennifer Lawrence es hermosa, así que no puedo quejarme'. Gracias por la honestidad.
Por cierto, si leyeron la reseña de la película, sabrán que tanto me gustó a mí también, el susodicho beso. Les pongo los TV Spot donde aparecen y unas imágenes (CUIDADO: SPOILER!)
Enjoy!
Pero si solo ver la cara del pobre en la imagen 1, en lo personal, con esa carita, yo no podría negarme...
Les dejo por último un fragmento del libro, que me hace sonreír, mientras leía esto, me daban ganas de meterme al libro y cuidar de Peeta hasta que mejorase (con todas las atenciones requeridas, ¡por supuesto!):
—¿Peeta? —susurro—. ¿Dónde estás? —No me responde. ¿Me lo he imaginado?
No, estoy segura de que era real y de que estaba cerca—. ¿Peeta? —Me arrastro por la
orilla.
—Bueno, no me pises.
Retrocedo de un salto, porque la voz viene del suelo, pero sigo sin verlo. Entonces
abre los ojos, de un azul inconfundible entre el lodo marrón y las hojas verdes.
Ahogo un grito y me recompensa con la fugaz visión de sus dientes blancos al reírse.
Es lo último en camuflaje; Peeta tendría que haberse olvidado del lanzamiento de
pesos y haberse dedicado a convertirse en árbol en plena sesión privada con los
Vigilantes. O en canto rodado. O en una orilla embarrada llena de malas hierbas.
—Cierra otra vez los ojos —le ordeno. Lo hace, y también la boca, y desaparece
por completo. La mayor parte de lo que creo que es su cuerpo está debajo de una
capa de lodo y plantas. La cara y los brazos están tan bien disfrazados que resultan
invisibles. Me arrodillo a su lado—. Supongo que todas esas horas decorando
pasteles han dado por fin su fruto.
—Sí, el glaseado, la última defensa de los moribundos.
—No te vas a morir.
—¿Y quién lo dice? —Tiene la voz muy ronca.
—Yo. Ahora estamos en el mismo equipo, ya sabes.
—Eso he oído —responde, abriendo los ojos—. Muy amable por tu parte venir a
buscar lo que queda de mí.
—¿Te cortó Cato? —le pregunto, sacando la botella para darle un poco de agua.
—Pierna izquierda, arriba.
—Vamos a meterte en el arroyo para que pueda lavarte y ver qué tipo de heridas
tienes.
—Primero, acércate un momento, que tengo que decirte una cosa. —Me inclino
sobre él y acerco el oído bueno a sus labios, que me hacen cosquillas cuando me
susurra: — Recuerda que estamos locamente enamorados, así que puedes besarme
cuando quieras.
—Gracias —respondo, apartando la cabeza de golpe, pero sin poder evitar
reírme—. Lo tendré en cuenta.
Al menos es capaz de bromear.
(...)
—A la de tres —le aviso—. ¡Una, dos y tres! —Sólo consigo que ruede una vuelta
completa antes de pararme, por culpa de los horribles sonidos que está haciendo.
Ahora está al borde del agua, quizá sea mejor así—. Vale, cambio de planes: no voy a
meterte dentro del todo —le digo. Además, si lo consigo, quién sabe si después podré
sacarlo.
—¿Nada de rodar?
—Nada. Vamos a limpiarte. Vigila el bosque por mí, ¿vale?
No sé por dónde empezar: está tan cubierto de lodo y hojas apelmazadas que ni
siquiera le veo la ropa..., si es que la lleva puesta. La idea me hace vacilar un
momento, pero después me lanzo. Los cuerpos desnudos no importan mucho en el
estadio, ¿verdad?
(...)
—Trágate esto —le digo, y él se toma la medicina como un chico obediente—.
Debes de tener hambre.
—La verdad es que no. Qué raro, llevo días sin tener hambre —responde Peeta.
De hecho, cuando le ofrezco granso, arruga la nariz y vuelve la cara. Entonces me
doy cuenta de lo enfermo que está.
—Peeta, tienes que comer algo —insisto.
—Sólo servirá para que lo devuelva. —Lo único que consigo es obligarlo a comer
unos trocitos de manzana desecada—. Gracias. Estoy mucho mejor, de verdad.
¿Puedo dormir un poco, Katniss?
—Dentro de un momentito —le prometo—. Primero tengo que mirarte la pierna.
Con todo el cuidado del mundo, le quito las botas, los calcetines y después,
centímetro a centímetro, los pantalones. Veo el corte que ha hecho la espada de Cato
en la tela sobre el muslo, pero eso no me prepara de ninguna manera para lo que hay
debajo. El profundo tajo inflamado supura sangre y pus, la pierna está hinchada y, lo
peor de todo, huele a carne podrida.
Quiero huir, desaparecer en el bosque como hice el día en que trajeron al hombre
quemado a nuestra casa, salir a cazar mientras mi madre y Prim se encargan de algo
que yo no tengo ni el valor ni la habilidad de curar. Sin embargo, aquí no hay nadie
más que yo; intento imitar el comportamiento tranquilo de mi madre cuando tiene
un caso especialmente difícil.
—Bastante feo, ¿eh? —dice Peeta, que me observa con atención.
—Regular —respondo, encogiéndome de hombros como si no fuese gran cosa—.
Deberías ver a algunas de las personas que le llevan a mi madre de las minas. —Me
contengo para no añadir que suelo huir de la casa siempre que trata algo más grave
que un resfriado. Bien pensado, ni siquiera me gusta estar cerca de la gente que
tose—. Lo primero es limpiarla bien.
Le he dejado puestos los calzoncillos porque no tienen mala pinta y no quiero
pasarlos por encima del muslo herido; bueno, vale, y también porque la idea de que
esté desnudo me incomoda. Es otra de las habilidades de mi madre y Prim: la
desnudez no tiene ningún efecto en ellas, no hace que se avergüencen. Lo más
irónico es que, en este momento de los juegos, mi hermanita le sería más útil a Peeta
que yo. Coloco mi trozo de plástico debajo de él para poder lavarlo del todo. Con
cada botella que le echo encima, peor aspecto tiene la herida. El resto de su mitad
inferior está bastante bien, sólo una picadura de rastrevíspula y unas cuantas
quemaduras pequeñas que le trato rápidamente. Por otro lado, el corte de la pierna...,
¿cómo demonios voy a curarlo?
—¿Por qué no lo dejamos un momento al aire y...? —dejo la frase sin acabar.
—¿Y después lo curas? —responde Peeta. Es como si sintiese pena por mí, como si
supiese lo perdida que estoy.
—Eso. Mientras tanto, cómete esto.
Le pongo unas peras secas partidas por la mitad en la mano y vuelvo al arroyo a
lavarle el resto de la ropa.
Una vez la tengo puesta a secar, examino el contenido del botiquín; son cosas
bastante básicas: vendas, píldoras para la fiebre, medicinas para el dolor de
estómago. Nada del calibre de lo que necesito para curarlo.
—Vamos a tener que experimentar —admito.
Sé que las hojas para las rastrevíspulas acaban con la infección, así que empiezo
por ellas. A los pocos minutos de apretar la sustancia verde masticada en la herida, el
pus empieza a bajarle por la pierna. Me digo que es buena señal y me muerdo con
fuerza el interior de la mejilla, porque estoy a punto de echar fuera el desayuno.
—¿Katniss? —dice Peeta. Lo miro a los ojos y sé que debo de tener la cara verde—.
¿Y ese beso? —me dice moviendo los labios, pero sin emitir sonido alguno. Me echo a
reír, porque todo esto es tan asqueroso que no puedo soportarlo—. ¿Va todo bien? —
me pregunta, en un tono más inocente de lo normal.
Hasta aquí el post, espero les guste... (yo sé que yo lo disfruté) ¡Cuídense mucho, amigos y sueñen bonito! (Después de escribir esto, estoy segura que yo lo haré).
¡Saludos!
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