"Siempre te reencuentras con quien amaste en el pasado"

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domingo, enero 15, 2012

Reto: Personajes literarios XI, XII Y XIII

Lo siento por haberme desaparecido unos días, pero (y no, no tengo excusa que valga, favor colgarme) aquí estoy de regreso y para estar al día, les dejo los retos que no he puesto en los 3 días anteriores (de lo contrario, nos atrasamos). Aquí van:

11- Momento favorito de tu personaje gracioso

Bueno, como vieron en entradas anteriores, mi personaje literario favorito es Ron Weasley de la saga Harry Potter, así que, aquí les dejó mi momento favorito de Ron:



Hermione Granger: Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo la profesora Sprout?... Le gusta la oscuridad y la humedad...
Harry Potter: ¡Entonces enciende un fuego!
Hermione Granger: Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera!
Ron Weasley: ¿TE HAS VUELTO LOCA? ¿ERES UNA BRUJA O NO?
Hermione Granger: ¡Oh, de acuerdo! [...]
Harry Potter: Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione.
Ron Weasley: Sí, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en momentos de crisis. Porque eso de «no tengo madera»... francamente...
(Capítulo 16: A través de la trampilla)Pag 229

Fuente: Wikiquote

Siguiendo:

El punto número 12 es mostrar el personaje que me resulte más odioso, es decir, que esté tan bien construido que me resulte odioso, y el personaje ganador de este punto es:



Heathcliff de Cumbres Borrascosas, con este personaje uno no sabe que se supone debe sentir, es digno de lástima y a la vez de lo odias.

Fragmentos:

"-Vísteme, Elena. Quiero ser bueno.

-Ya era hora, Heathcliff -contesté-. Has disgustado a Catalina. Cualquiera diría que la envidias porque la miman mas que a ti.

La idea de sentir envidia hacia Catalina le resultó incomprensible, pero lo de disgustarla lo comprendió muy bien. Me preguntó, volviéndose grave:

-¿Se ha enfadado?

-Se echó a llorar cuando le dije esta mañana que te habías ido.

-También yo he llorado esta noche -respondió- y con más motivos que Catalina.

-¿Sí? ¿Qué motivos tenías para acostarte con el corazón lleno de soberbia y el estómago vacío? Los soberbios no hacen más que dañarse a sí mismos. Pero si estás arrepentido, debes pedirle perdón cuando vuelva. Vas arriba, le pides un beso y le dices... Bueno, ya sabes tú lo que le tienes que decir. Pero hazlo con naturalidad y no como si ella fuera una extraña por el hecho de que la hayas visto mejor ataviada.

Ahora voy a arreglármelas para vestirte de un modo que Eduardo Linton parezca un muñeco a tu lado. ¡Y claro que lo parece! Aunque eres más joven que él, eres mucho más alto y doble de fuerte. Podrías tumbarle de un soplo, ¿no es cierto?

La cara de Heathcliff se iluminó por un momento, pero su alegre expresión se apagó enseguida. Y suspiró:

-Sí, Elena, pero aunque yo le tumbara veinte veces, no dejaría de ser él mas guapo que yo. Quisiera tener el cabello rubio y la piel blanca como él, vestir bien y tener modales como los suyos, y ser tan rico como él llegará a serlo algún día.

-Sí. Y llamar a mamá constantemente, y asustarte siempre que un chico aldeano te amenazase con el puño y quedarte en casa cada vez que cayeran cuatro gotas. No seas pobre de espíritu, Heathcliff. Mírate al espejo, y atiende lo que tienes que hacer. ¿Ves esas arrugas que tienes entre los ojos y esas espesas cejas que siempre se contraen en lugar de arquearse, y esos dos negros demonios que jamás abren francamente sus ventanas, sino que centellean bajo ellas corridas, como si fueran espías de Satanás? Proponte y esfuérzate en suavizar esas arrugas, en levantar esos párpados sin temor, y en convertir esos dos demonios en dos ángeles que sean siempre amigos en donde quiera que no haya enemigos indudables. No adoptes ese aspecto de perro cerril que parece justificar la justicia de los puntapiés que recibe, y que odia a todos tanto como al que le apalea.

-Sí: debo proponerme adquirir los ojos y la frente de Eduardo Linton. Ya lo deseo, pero, ¿crees que haciendo lo que me dices conseguiré tenerlos así?

-Si eres bondadoso de corazón, serás agradable de cara, muchacho, aunque fueras un negro. Y un corazón perverso hace horrible la cara más agradable. Ahora que estás lavado y peinado y pareces más alegre, ¿no es verdad que te encuentras más guapo? Te aseguro que sí. Puedes pasar por un príncipe de incógnito. ¡Cualquiera sabe si tu padre no era emperador de la China y tu madre reina de la India, y si con sus rentas de una sola semana no podrían comprar «Cumbres Borrascosas» y la «Granja de los Tordos» reunidas! Quizá te robaran unos marineros y te trajeran a Inglaterra. Yo, si estuviera en tu caso, me haría figuraciones como esas, y con ellas iría soportando las miserias que tiene que sufrir el campesino.

En tanto que yo hablaba así y conseguía que Heathcliff fuese poco a poco desarrugando el ceño, oímos un estrépito que al principio sonaba en la carretera y luego llegó al patio. Heathcliff acudió a la ventana y yo a la puerta, en el mismo momento en que los Linton se apeaban de su carruaje, muy arrebujados en abrigos de pieles, y los Earnshaw descendían de sus caballos. Catalina cogió a los niños de la mano, y los llevó a la chimenea, junto a la que se sentaron, y cuyo fuego enrojeció en breve sus blancos rostros.

Alenté a Heathcliff para que acudiera y mostrara su buen porte, pero tuvo la desgracia de que, al abrir la puerta de la cocina, tropezara con Hindley, que la estaba abriendo por el otro lado. El amo, ya porque le incomodara verle tan animado y tan arreglado, o quizá por complacer a la señora Linton, le empujó con violencia y dijo a José:

-Hazle estar en el desván hasta después de que hayamos comido. De lo contrario, tocaría los dulces con los dedos y robaría las frutas si se le permitiera estar un solo minuto aquí.

-No hará nada de eso -osé replicar-. Y espero que participe de los dulces como nosotros.

-Participará de la paliza que le sacudiré si le veo por acá abajo antes de la noche -gritó Hindley-. Largo, vagabundo! ¿De modo que quieres lucirte, verdad? Como te eche mano a esos mechones ya verás si te los pongo más largos aún.

-Ya los tiene bastante largos -observó Eduardo Linton, que acababa de aparecer en la puerta-. Le caen sobre los ojos como la crin de un caballo. No sé cómo no le producen dolor de cabeza.

Aunque hizo aquella observación sin deseo de molestarle, Heathcliff, cuyo rudo carácter no toleraba impertinencias, y mas viniendo de alguien a quien ya consideraba como su rival, cogió una fuente llena de compota caliente y se lo tiró en pleno rostro al muchacho. Éste lanzo un grito que hizo acudir enseguida a Catalina y a Isabel. El señor Earnshaw cogió a Heathcliff y se lo llevó a su habitación, donde sin duda le debió aplicar un enérgico correctivo, ya que cuando bajó estaba sofocado y rojo como la grana. Yo cogí un trapo de cocina, limpié la cara a Eduardo, y, no sin cierto enojo, le dije que se había merecido la lección por su inoportunidad. Su hermana se echó a llorar y quiso marcharse; Catalina, a su vez, estaba muy disgustada con todo aquello.

-No has debido hablarle -dijo al joven Linton-. Estaba de mal humor, ahora le pegarán, y has estropeado la fiesta... Yo ya no tengo apetito. ¿Por qué le hablaste, Eduardo?

-Yo no le hablé -quejóse el muchacho, desprendiéndose de mis manos y terminando de limpiarse con su fino pañuelo-. Prometí a mamá no hablarle, y lo he cumplido.

-Bueno -dijo Catalina con desdén-: cállate, que viene mi hermano. No te ha matado, después de todo. No pongas las cosas peor. Deja de llorar, Isabel. ¿Te ha hecho algo alguien?

-¡A sentarse, niños! -exclamó Hindley reapareciendo-. Ese bruto de chico me ha hecho entrar en calor. La próxima vez, Eduardo, tómate la venganza con tus propios puños, y eso te abrirá el apetito."

"Entré sin llamar, sin más dilación. Aquella casa, antes tan alegre, ofrecía un lúgubre aspecto de desolación.

Creo que yo en el caso de mi señora hubiera procurado limpiar algo la cocina y quitar el polvo de los muebles, pero el ambiente se había apoderado de ella. Su hermoso rostro estaba descuidado y pálido y tenía desgarrados los cabellos. Al parecer, no se había arreglado la ropa desde el día antes.

Hindley no estaba. Heathcliff se hallaba sentado ante una mesa revolviendo unos papeles de su cartera.

Al verme me saludó con amabilidad y me ofreció una silla. Era el único que tenía buen aspecto en aquella casa; creo que mejor aspecto que nunca. Tanto había cambiado la decoración, que cualquier forastero le habría tomado a él por un caballero y a su esposa por una mendiga.

Isabel se adelantó impacientemente hacia mí, alargando la mano como si esperase recibir la carta que aguardaba que le escribiese su hermano. Volví la cabeza negativamente. A pesar de todo, me siguió hasta el mueble donde fui a poner mi sombrero, y me preguntó en voz baja si no traía algo para ella.

Heathcliff comprendió el objeto de sus evoluciones, y dijo:

-Si tienes algo que dar a Isabel, dáselo Elena. Entre nosotros no hay secretos.

-No traigo nada -repuse, suponiendo que lo mejor era decir la verdad-. Mi amo me ha encargado que diga a su hermana que por el momento no debe contar con visitas ni cartas suyas. Le envía la expresión de su afecto, le desea que sea muy feliz y le perdona el dolor que le causó. Pero entiende que debe evitarse toda relación que, según dice, no valdría para nada.

La mujer de Heathcliff volvió a sentarse junto a la ventana. Sus labios temblaban ligeramente. Su esposo se sentó a mi lado y comenzó a hacerme preguntas relativas a Catalina. Traté de contarle sólo lo que me pareciera oportuno, pero él logró averiguar casi todo lo relativo al origen de la enfermedad. Censuré a Catalina como culpable de su propio mal, y acabé manifestando mi opinión de que el propio Heathcliff seguiría el ejemplo de Linton y evitaría todo trato con la familia.

-La señora Linton ha empezado a convalecer -termine-, pero aunque ha salvado la vida, no volverá nunca a ser la Catalina de antes. Si tiene usted afecto hacia ella, no debe interponerse más en su camino. Es más: creo que debería usted marcharse de la comarca. La Catalina Linton de ahora se parece a la Catalina Earnshaw de antes como yo. Tanto ha cambiado, que el hombre que vive con ella sólo podrá hacerlo recordando lo que fue anteriormente y en nombre del deber.

-Puede ser -respondió Heathcliff- que tu amo no sienta otros impulsos que los del deber hacia su mujer.

Pero ¿crees que dejaré a Catalina entregada a esos sentimientos? ¿Crees que mi cariño a Catalina es comparable con el suyo? Antes de salir de esta casa has de prometerme que me proporcionarás una entrevista con ella. De todos modos, la veré, quieras o no.

-Ni usted debe hacerlo -contesté-, ni podrá nunca contar conmigo para ello. La señora no resistiría otro choque entre usted y el señor.

-Tú puedes evitarlo -dijo él- y, en último caso, si fuera así, me parece que habría motivos para apelar a un recurso extremo. ¿Crees que Catalina sufriría mucho si perdiese a su marido? Sólo me contiene el temor de la pena que ello pudiera causarle. Ya ves lo diferentes que son nuestros sentimientos. De haber estado él en mi lugar y yo en el suyo, jamás hubiera osado alzar mi mano contra él. Mírame con toda la incredulidad que quieras, pero es así. Jamás le hubiera arrojado de su compañía mientras ella le recibiera con satisfacción. Ahora que, apenas hubiera dejado de mostrarle afecto, ¡le habría arrancado el corazón y bebido su sangre! Pero hasta ese momento, me hubiera dejado descuartizar antes que tocar un pelo de su cabeza.

-Sí -le atajé-, pero le tiene sin cuidado a usted deshacer toda esperanza de curación volviendo a producirle nuevos disgustos con su presencia.

-Tú bien sabes, Elena -contestó-, que no me ha olvidado. Te consta que por cada pensamiento que dedica a Linton, me dedica mil a mí. Sólo dudé un momento: al volver, este verano. Pero sólo hubiera confirmado tal idea si Catalina me declarase que era verdad. Y en ese caso, no existirían ya, ni Linton, ni Hindley, ni nada... Mi existencia se resumiría en dos frases: condenación y muerte. La existencia sin ella sería un infierno. Pero fui un estúpido al suponer, aunque fuese por un solo momento, que ella preferiría el afecto de Eduardo Linton al mío. Si él la amase con toda la fuerza de su alma mezquina, no la amaría en ochenta años tanto como yo en un día. Y Catalina tiene un corazón como el mío. Ante se podría meter el mar en un cubo que el amor de ella pudiera reducirse a él. Le quiere poco más que a su perro o a su caballo. No le amará nunca como a mí. ¿Cómo va a amar en él lo que no existe?

-Catalina y Eduardo se aman tanto como cualquier otro matrimonio -exclamó bruscamente Isabel-. Nadie posee el derecho de hablar así, y no te consentiré que desprecies de esa forma a mi hermano en presencia mía.

-También a ti tu hermano te quiere mucho, ¿no? -contestó Heathcliff despreciativamente-. Mira cómo se apresura a dejarte abandonada a tu propia suerte.

-Porque ignora mi situación ya que no he querido decírselo... -repuso Isabel.

-Eso quiere decir que le has contado algo.

-Le escribí para anunciarle que me casaba. Tú mismo leíste la carta.

-¿No has vuelto a escribirle?

-No.

-Me duele ver lo desmejorada que está la señorita -intervine yo-. Se ve que le falta el amor de alguien, aunque no esté yo autorizada para decir de quién.

-Me parece -repuso Heafficliff- que el amor que le falta es el amor propio. ¡Está convertida en una verdadera fregona! Se ha cansado enseguida de complacerme. Aunque te parezca mentira, el mismo día de nuestra boda ya estaba llorando por volver a su casa. Pero precisamente por lo poco limpia que es, se sentirá a sus anchas en esta casa, y ya me preocuparé yo de que no me ridiculice escapándose de ella.

-Debía usted recordar -repliqué- que la señora Heathcliff está acostumbrada a que la atiendan y cuiden, ya que la educaron, como hija única que era, en medio de mimos y regalos. Usted debe proporcionarle una doncella y la debe tratar con benevolencia. Piense usted lo que piense sobre Eduardo, no tiene derecho a dudar del amor de la señorita, ya que, si no, no hubiese abandonado, para seguirle, las comodidades en las que vivía, ni hubiese dejado a los suyos para acompañarle en esta horrible soledad.

-Si abandonó su casa -argumentó él- fue porque creyó que yo era un héroe de novela y esperaba toda clase de cosas de mi hidalga pleitesía hacia sus encantos. De tal modo se comporta respecto a mi carácter y tales ideas se ha formado sobre mí, que dudo en suponerla un ser dotado de razón. Pero empieza a conocerme ya. Ha prescindido de las estúpidas sonrisas y de las muecas extravagantes con que quería fascinarme al principio y noto que disminuye la incapacidad que padecía de comprender que yo hablaba en serio cuando expresaba mis opiniones sobre su estupidez. Para averiguar que no la amaba tuvo que hacer un inmenso esfuerzo de imaginación. Hasta temí que no hubiera modo humano de hacérselo comprender.

Pero, en fin, lo ha comprendido mal o bien, Puesto que esta mañana me dio la admirable prueba de talento de manifestarme que he logrado conseguir que ella me aborrezca. ¡Te garantizo que ha sido un trabajo de Hércules! Si cumple lo que me ha dicho, se lo agradeceré en el alma. Vaya, Isabel, ¿has dicho la verdad?

¿Estás segura de que me odias? Sospecho que ella hubiera preferido que yo me comportara ante ti con dulzura, porque la verdad desnuda ofende su soberbia. Me tiene sin cuidado. Ella sabe que el amor no era mutuo. Nunca la engañé a este respecto. No dirá que le haya dado ni una prueba de amor. Lo primero que hice cuando salimos de la granja juntos fue ahorcar a su perro, y cuando quiso defenderle, me oyó expresar claramente su deseo de ahorcar a todo cuanto se relacionara con los Linton, excepto un solo ser. Quizás creyera que la excepción se refería a ella misma, y le tuviera sin cuidado que se hiciera mal a todos los demás, con tal de que su valiosa persona quedase libre de mal. Y dime: ¿no constituye el colmo de la mentecatez de esta despreciable mujer el suponer que yo podría llegar a amarla? Puedes decir a tu amo, Elena, que jamás he tropezado con nadie más vil que su hermana. Deshonra hasta el propio nombre de los Linton. Alguna vez he probado a suavizar mis experimentos para probar hasta dónde llegaba su paciencia, y siempre he visto que se apresuraba a arrastrarse vergonzosamente ante mí. Agrega, para tranquilidad de su fraternal corazón, que me mantengo estrictamente dentro de los límites que me permite la ley. Hasta el presente he evitado todo pretexto que le valiera para pedir la separación, aunque, si quiere irse, no seré yo quien me oponga a ello. La satisfacción de poderla atormentar no equivale al disgusto de tener que soportar su presencia.

-Habla usted como hablaría un loco, señor Heathcliff -le dije-. Su mujer está, sin duda, convencida de ello y por esa causa le ha aguantado tanto. Pero ya que usted dice que se puede marchar, supongo que aprovechará la ocasión. Opino, señora, que no estará usted tan loca como para quedarse voluntariamente con él.

-Elena -replicó Isabel, con una expresión en sus ojos que patentizaba que, en efecto, el éxito de su marido en hacerse odiar había sido absoluto-: no creas ni una palabra de cuanto dice. Es un diablo, un monstruo, y no un ser humano. Ya he probado antes a irme y no me ha dejado deseos de repetir la experiencia. Te ruego, Elena, que no menciones esta vil conversación ni a mi hermano ni a Catalina. Que diga lo que quiera, lo que en realidad se propone es desesperar a Eduardo. Asegura que se ha casado conmigo para cobrar ascendiente sobre mi hermano, pero antes de darle el placer de conseguirlo preferiré que me mate.

¡Así lo haga! No aspiro a otra felicidad que a la de morir yo o verle muerto a él.

-Todo eso es magnífico -dijo Heathcliff-. Si alguna vez te citan como testigo, ya sabes lo que piensa Isabel,

Elena. Anota lo que me dice: me conviene. No, Isabel, no... Siendo así que no estás en condiciones de cuidar de ti misma, yo, como protector tuyo según la ley, debo ser el encargado de tenerte bajo mi guardia.

Y ahora, sube. Tengo que decir a Elena una cosa en secreto. Por allí no: te he dicho que arriba. ¿No ves que ese es el camino de la escalera?

La cogió de un brazo, la arrojó de la habitación, y al volver exclamó:

-No puedo ser compasivo, no puedo... Cuanto más veo retorcerse a los gusanos, más ansío aplastarlos, y cuanto más los pisoteo, más aumenta el dolor...

-Pero, ¿sabe usted acaso lo que es ser compasivo? -respondí, mientras cogía precipitadamente el sombrero- ¿Lo ha sido alguna vez en su existencia?"

Fuente: Bibliotecas Virtuales

El punto número 13 es escoger el personaje que sea más inteligente o sabio y a este respecto el ganador es:



Albus Dumbledore de la saga Harry Potter

"Claro que está pasando dentro de tu cabeza Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?"

Fuente: Wikiquote

¡Un saludo!

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